Aquí y allá, en Europa y Estados Unidos de Norteamérica, millones de personas padecen hambre. Su pensión o salario les permite únicamente pagar la renta de un apartamento o una habitación. Tras el pago de ese alquiler no les queda nada para comer. Parece un asunto soportable o próximo a solucionar, pero el horizonte no brilla precisamente en los albores de 2012.
Y no estamos hablando de Haití, ni de países africanos, ni asiáticos, ni de las favelas sudamericanas, sino del extraordinario hecho de que en países donde se presuponía un nivel de vida de “primer mundo”, sean ya millones quienes sufren de lo que se llama inseguridad alimenticia: ¿qué comeré mañana?.
¿Y cuál es la respuesta de los gobiernos? Proponer que se reduzca la asistencia alimentaria a los necesitados, promover más recortes al gasto social y reducir impuestos a los ingresos de los millonarios.
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